El suelo condiciona la productividad del viñedo.
Un suelo pobre que escurre demasiado no contribuye a la obtención de un buen vino.
Es importante controlar la humedad con un buen drenaje y la inclinación apropiada del terreno.
El entorno natural (altitud, insolación, clima, corrientes de agua, bosques o montes cercanos...) también influye en el terreno en el que se asienta el viñedo.
Las calidades previsibles según el tipo de suelo son:
Arcilla: Vinos poco finos.
Arcilla caliza: Vinos finos, con buqué y baja graduación alcohólica.
Arcilla ferruginosa: Vinos de alta graduación y coloración.
Arena: Vinos brillantes, suaves, de poca graduación.
Arena caliza: Vinos alcohólicos y secos.
Caliza: Vinos con cuerpo, apropiados para la crianza y finos.
Grava: Vinos con cuerpo y recuerdos minerales.
Canto rodado: Vino de extracto y generosos, minerales como pedernal.
Granítico y arenoso: Vinos francos y limpios.
Pizarroso: Vinos minerales con notas de tostados.
Pizarra blanca: Vinos más frutales y granito (piedra seca).
Pizarra negra: Vinos con notas de fenoles.
Volcánicos: Vinos con aromas quemados y yodados.
Cenagoso o humíferos: La vid no vegeta.
Suelo fértil y compacto: Vinos poco finos y de corta conservación.
Regadío: Gran cantidad de vino cuya calidad será baja si no se cuida.
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